Como lluvia de fuego las almas de los poetas se despeñaron sobre la tierra, fueron aprisionadas en anhelosos cuerpos humanos y envueltas en la enrarecida atmófera del planeta azul. Algunas de ellas aterrizaron, precisamente, en Trujillo. La pasada noche de miércoles pudimos compartir con cuatro de estos ángeles caídos sus recuerdos celestiales. Templo de sacrificios: El Chaska, San Martín 543. Sacerdote degollador: Poeta César Olivares. Empezaron los servicios con la presentación de Abel Bazán, joven tímido, ilusionista e ilusionado. Aunque le ganaba a veces el nerviosismo por ser primera vez que compartía sus poemas -mordía el aire, daba manotazos a presencias invisibles- los sentimientos humanos universales que pacían en sus versos fueron reconocidos por la masa y premiados con apenas audibles palmadas. Motivo: una lectura díscola, fluctuante, poco audible. Su sangre fue vertida en el altar de sacrificios y se continuó con la ceremonia.
Rubén Aguilar, poeta y pedagogo, salió al ruedo hecho un toro rabioso. Decidido a hacerse entender desmadejó su alma a punta de franqueza y leves rayos de luz iluminaron la estancia. Sus textos, de bucólica raigambre aldeana habían sido pulidos y afinados en las iniciáticas cavernas de Huamachuco y el aeda, ahora más cerca de su madurez, se despachó con mediana seguridad. Levantados los ánimos, los aplausos vibraron con mayor fuerza y su sangre fue rociada sobre al altar como antesala a la aparición del shamán de Chik-a-mak (del valle Chicama), Eduardo Paz Esquerre, galardonado con el premio Copé de Oro y otras importantes preseas. Con la certeza de lo dicho y confianza en lo callado, Paz Esquerre nos deleitó con una poesía genuina y trascendental. Entre otros textos nos cantó El Instante Sospechoso, aflorado a través del proceso de escritura automática escuchando el Concierto para piano Nº 2 en La mayor de Franz Liszt: La música es una palana apurada y cava vehemente en mí/ buscando el cable por el que me trasmito a todos/ para depositar allí celosamente las innumerables voces secretas que su boca contiene./ Estoy vivo y soy. /Un dedo que se hunde en la tecla de un piano penetra fugazmente/ en los cuartos donde moran los secretos humanos./ La sucesión vertiginosa de teclas aplastadas/ es la sucesión de cuartos donde se guarda/ y se atisba una verdad de plata/ sucesión que se asemeja a los focos encendidos de los postes/ que fugazmente capto con la vista cuando viajo a toda velocidad en un auto de carreras... Y así hasta llegar a su antigua morada, el Olimpo de los Dioses. Aunque algunos tildaron de extensa su aparición, el altar recibió con alborozo el rojo vino de sus venas y la salva de aplausos se levantó en entusiasta oleaje. Sin, embargo faltaba el plato de fondo, la fresita del pastel, la enamorada llama en la punta de la vela: la performance del escritor Gonzalo del Rosario, más conocido como Gonzales del Yerbario, el último poeta virgen de la galaxia. E inaugurando nuestra flamante Sala Negra –la sala de locuras- Del Yerbario se posicionó entre dos inocentes querubines -un tecladista y un guitarrista- y aulló los sentires hedonistas y neuróticos de la juventud trujillense. Prosa poética contra la mansedumbre y el aburrimiento, contra la desidia y la idiotez, contra Vallejo y los que no lo entienden, contra todos y contra sí mismo, el escritor llenó de su vitalidad el ambiente y culminó con un lírico do de pecho tan agudo y poderoso que quebró las copas de whisky, brandy y martini que bebían los poetas. Para finalizar vertió su sangre con la de los otros sacrificados y, rematando el holocausto, Beto Barriga, -el poeta del Apocalipsis- leyó una lastimera oración de arrepentimiento por participar en Poesía de Miércoles cada semana, jurando sobre promesas de fuego que... volvería a reincidir la próxima.
Rubén Aguilar, poeta y pedagogo, salió al ruedo hecho un toro rabioso. Decidido a hacerse entender desmadejó su alma a punta de franqueza y leves rayos de luz iluminaron la estancia. Sus textos, de bucólica raigambre aldeana habían sido pulidos y afinados en las iniciáticas cavernas de Huamachuco y el aeda, ahora más cerca de su madurez, se despachó con mediana seguridad. Levantados los ánimos, los aplausos vibraron con mayor fuerza y su sangre fue rociada sobre al altar como antesala a la aparición del shamán de Chik-a-mak (del valle Chicama), Eduardo Paz Esquerre, galardonado con el premio Copé de Oro y otras importantes preseas. Con la certeza de lo dicho y confianza en lo callado, Paz Esquerre nos deleitó con una poesía genuina y trascendental. Entre otros textos nos cantó El Instante Sospechoso, aflorado a través del proceso de escritura automática escuchando el Concierto para piano Nº 2 en La mayor de Franz Liszt: La música es una palana apurada y cava vehemente en mí/ buscando el cable por el que me trasmito a todos/ para depositar allí celosamente las innumerables voces secretas que su boca contiene./ Estoy vivo y soy. /Un dedo que se hunde en la tecla de un piano penetra fugazmente/ en los cuartos donde moran los secretos humanos./ La sucesión vertiginosa de teclas aplastadas/ es la sucesión de cuartos donde se guarda/ y se atisba una verdad de plata/ sucesión que se asemeja a los focos encendidos de los postes/ que fugazmente capto con la vista cuando viajo a toda velocidad en un auto de carreras... Y así hasta llegar a su antigua morada, el Olimpo de los Dioses. Aunque algunos tildaron de extensa su aparición, el altar recibió con alborozo el rojo vino de sus venas y la salva de aplausos se levantó en entusiasta oleaje. Sin, embargo faltaba el plato de fondo, la fresita del pastel, la enamorada llama en la punta de la vela: la performance del escritor Gonzalo del Rosario, más conocido como Gonzales del Yerbario, el último poeta virgen de la galaxia. E inaugurando nuestra flamante Sala Negra –la sala de locuras- Del Yerbario se posicionó entre dos inocentes querubines -un tecladista y un guitarrista- y aulló los sentires hedonistas y neuróticos de la juventud trujillense. Prosa poética contra la mansedumbre y el aburrimiento, contra la desidia y la idiotez, contra Vallejo y los que no lo entienden, contra todos y contra sí mismo, el escritor llenó de su vitalidad el ambiente y culminó con un lírico do de pecho tan agudo y poderoso que quebró las copas de whisky, brandy y martini que bebían los poetas. Para finalizar vertió su sangre con la de los otros sacrificados y, rematando el holocausto, Beto Barriga, -el poeta del Apocalipsis- leyó una lastimera oración de arrepentimiento por participar en Poesía de Miércoles cada semana, jurando sobre promesas de fuego que... volvería a reincidir la próxima.
Aplaudió solo y triste este cronista, porque ya todos se habían ido.
2 comentarios:
Estonísimoooooooo
Gonzalo Del Rosario...el último poeta virgen de la galaxia!!!! eso si me dio un poco de risa jajaja...
Buena con toda la verborrea plausible...
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