Poesía de Miércoles y de mier...
Luego de la irrupción de los poetas místicos: Víctor Palacios, César Castillo y Alejandro Bengoa junto al anarquista Alexei Chacón, Poesía de Miércoles se afirmó en su derrotero: Abrir sus puertas a poetas de toda laya: A los buenos, a los malos y a los requetemalos. A los prestigiosos que han escrito libros y ganado premios leyendo junto a aquellos que sólo han escrito poemas en la última hoja de su cuaderno de matemáticas.
Esta última semana aparecieron, justamente, los requetemalos. Dos buenos y un requetemalazo, para ser más exactos. José Ramírez, Cristopher Acosta y, el negado por los dioses, David Novoa, respectivamente. Siendo un evento regido por los insondables designios de la Poiesis, Poesía de M abrió fuegos con una afluencia –sorpresivamente y por primera vez- minúscula, sólo se llenaron –por primera vez- la mitad de los asientos y el ala invisible de la Inspiración –por primera vez- no levantó vuelo. Y así empezó este histórico recital que ni el elenco de Alicia en el País de las Maravillas, presente y expectante, pudo salvar.
Inició Novoa. La performance NUNCA MÁS TEMER –en versión de salón- fue su ofrenda para el respetable: ¿Queréis oír palabras bellas, nobles, edificantes?/ buscad a un sabio ¡y fingid que lo entendéis!/ ¿Queréis -por una vez siquiera- oíros a vosotros mismos/ ¡Escuchadme a mí!/ vuestro igual/ debo deciros dos palabras:/...¡¡¡ESTÁIS MUEEERTOS!!! El público, magnánimente, le prodigó ralos aplausos. ¡Sí, muertos!, pues la muerte no es morir/ ¡sino no sentir la Vidaaa! Entonces le aplaudieron más (no vaya a ser que acentúe sus invectivas el loco). Finalmente, Novoa fue sentado a la mesa de lecturas con la ayuda de cinco enfermeros, tres camisas de fuerza y dos cachetadas del organizador Jorge Tume. Y continuó la noche.
Le siguió el poeta José Ramírez, extirpado desde las fulgurantes entrañas del grupo Legión: ...Y resuenan etéreos en la nada/ nostálgicos dialectos/ en los brazos infectos/ de mi rutina abandonada... Concluyó José –a ritmo de letanía- la descripción de su propio canto. Los aplausos sonaron carraspeantes. Se requería cierta onda, pero ya era muy tarde: el respetable partía mirando a los costados, silbando distraídamente, abandonando el barco. Repentinamente sólo éramos un clan, un puñado, una secta de fieles a la Poesía. De mártires del ensueño. De vagos disfrutando la belleza de la vida. Entonces la Inspiración abrió sus pétalos y afloró el anhelado perfume en labios de Cristhoper Acosta. Mi mano dibuja/ jeroglíficos florales/ mientras llegas/ Bruja, con tus males. Leía embelesado y embelesando. Amor, no me queda un grito en la garganta/ que no cobre la forma de tu nombre/ quien me crea día a día con la sagrada materia de lo amado/Desde mi gozo y mi tristeza/ Amor, te he convocado. El feeling de un bolero cantinero oído por la radio a medianoche, Cristopher Acosta. El balido de amor de una cabra extraviada en soledosos roquedales, Cristopher Acosta. La declaración de amor en una escuelita en la mañana, ése era Cristopher Acosta. Beto Barriga –quien había crecido como dos o tres metros la última semana- coloreó la noche de negro con un poema sobre el Poder, el Juez y el Absurdo... y sanseacabó: Estrechones de mano. Poca conversa. Rápidas partidas.
Finalmente, ya sin nadie en el Chaska, sólo quedó un loquito bailando en el estrado, con las luces apagadas. ¡Mi amor, te amo como eres, mi amor! ¡Lo que me des lo devoro agradecido, lo que me digas -por más absurdo que sea- lo creo, fascinado, mi amor, y lo convierto en mi Verdad! ¡Tú eres Mi Amor, Poesía! ¡Eres mi Diooos!
Y bailaba y bailaba, solito.
Esta última semana aparecieron, justamente, los requetemalos. Dos buenos y un requetemalazo, para ser más exactos. José Ramírez, Cristopher Acosta y, el negado por los dioses, David Novoa, respectivamente. Siendo un evento regido por los insondables designios de la Poiesis, Poesía de M abrió fuegos con una afluencia –sorpresivamente y por primera vez- minúscula, sólo se llenaron –por primera vez- la mitad de los asientos y el ala invisible de la Inspiración –por primera vez- no levantó vuelo. Y así empezó este histórico recital que ni el elenco de Alicia en el País de las Maravillas, presente y expectante, pudo salvar.
Inició Novoa. La performance NUNCA MÁS TEMER –en versión de salón- fue su ofrenda para el respetable: ¿Queréis oír palabras bellas, nobles, edificantes?/ buscad a un sabio ¡y fingid que lo entendéis!/ ¿Queréis -por una vez siquiera- oíros a vosotros mismos/ ¡Escuchadme a mí!/ vuestro igual/ debo deciros dos palabras:/...¡¡¡ESTÁIS MUEEERTOS!!! El público, magnánimente, le prodigó ralos aplausos. ¡Sí, muertos!, pues la muerte no es morir/ ¡sino no sentir la Vidaaa! Entonces le aplaudieron más (no vaya a ser que acentúe sus invectivas el loco). Finalmente, Novoa fue sentado a la mesa de lecturas con la ayuda de cinco enfermeros, tres camisas de fuerza y dos cachetadas del organizador Jorge Tume. Y continuó la noche.
Le siguió el poeta José Ramírez, extirpado desde las fulgurantes entrañas del grupo Legión: ...Y resuenan etéreos en la nada/ nostálgicos dialectos/ en los brazos infectos/ de mi rutina abandonada... Concluyó José –a ritmo de letanía- la descripción de su propio canto. Los aplausos sonaron carraspeantes. Se requería cierta onda, pero ya era muy tarde: el respetable partía mirando a los costados, silbando distraídamente, abandonando el barco. Repentinamente sólo éramos un clan, un puñado, una secta de fieles a la Poesía. De mártires del ensueño. De vagos disfrutando la belleza de la vida. Entonces la Inspiración abrió sus pétalos y afloró el anhelado perfume en labios de Cristhoper Acosta. Mi mano dibuja/ jeroglíficos florales/ mientras llegas/ Bruja, con tus males. Leía embelesado y embelesando. Amor, no me queda un grito en la garganta/ que no cobre la forma de tu nombre/ quien me crea día a día con la sagrada materia de lo amado/Desde mi gozo y mi tristeza/ Amor, te he convocado. El feeling de un bolero cantinero oído por la radio a medianoche, Cristopher Acosta. El balido de amor de una cabra extraviada en soledosos roquedales, Cristopher Acosta. La declaración de amor en una escuelita en la mañana, ése era Cristopher Acosta. Beto Barriga –quien había crecido como dos o tres metros la última semana- coloreó la noche de negro con un poema sobre el Poder, el Juez y el Absurdo... y sanseacabó: Estrechones de mano. Poca conversa. Rápidas partidas.
Finalmente, ya sin nadie en el Chaska, sólo quedó un loquito bailando en el estrado, con las luces apagadas. ¡Mi amor, te amo como eres, mi amor! ¡Lo que me des lo devoro agradecido, lo que me digas -por más absurdo que sea- lo creo, fascinado, mi amor, y lo convierto en mi Verdad! ¡Tú eres Mi Amor, Poesía! ¡Eres mi Diooos!
Y bailaba y bailaba, solito.
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