viernes, 9 de abril de 2010

FECHA 18: DE ARÁCNIDOS Y POESÍA

Poesía de miércoles: ¡El Amor estuvo aquí!

El Amor, esa locura, ese extravío, ese misterio que une a los seres, que diluye al corazón en lava volcánica y nos hace gozar hasta la más espantosa tristeza. Pues bien, este fenómeno magnificiente se hizo presente en la última versión de Poesía de Miércoles. Los poetas –flor en mano, melancólico mirar, labios balbuceantes- se sentaron a la mesa de lecturas y dieron rienda suelta a su constreñido corazoncito.
Previamente se había programado la aparición del traidor a la Poesía Ricardo Vírhuez. Llegado desde las Limas Ricardo había iniciado su destino en las letras como un fiel servidor de la Poiesis, sin embargo treinta monedas de plata desviaron su destino y aparecía ahora con la última de sus novelas: El Dios Araña. César Olivares -picado por el arácnido- nos introdujo en los detalles de la obra a la que calificó de amena y gratificante (y luego falleció). El mismo Ricardo se explayó posteriormente en los orígenes de su inspiración, los avatares de su creación y los esfuerzos de su difusión. Las arañas del Chaska –que no son pocas- bajaron desde los rincones para adorar a su deidad y al oscuro desfogue novelístico le siguió el turno de los aedas y su enamoradiza ensoñación.
Empezó con lo suyo el candoroso poeta José Guibert. Se le oía a duras penas, parecía siempre a punto de retirarse, lo ahogaba una oceánica timidez, pero el Estro Poético lo acompañó a lo largo de todo su camino: Boca que piensa en la boca/ sexo que es olvidado/ que es creado por caricias como látigos/ de ese dios vacío/ y sus historias de piedras enterradas. Continuó: Él dice bésame/ desnudo en un rincón del yate/ pero de pronto Él se yergue y se hace más grande que el yate./ Él era bello/ muy bello/ a mi parecer tenía algo de niña./ Y me hundió/ en el cabello/ sus interminables, sonámbulos dedos. Aunque el indefinido lirismo de José afloraba como un remanso, sus versos propiciaron la tumultuosa atención de las almas hacia los amorosos versos del poeta Alejandro Benavides quien cantó y encantó: Y si tú, querida, me preguntas/ ¿qué es el mar?/ yo te respondo:/ Es una enorme gota de agua/ Es una enorme gota de muerte/ Es una enorme gota de vida/ es una enorme gota eterna/ pero tú, querida/ me miras/ y callas. Aplausos para el feeling del aeda que continuó con doliente sabiduría: Nunca digas que todo está perdido/ o nuestro corazón se volverá duro como/ la piedra del río/ y ya no será capaz de ponerse triste. Hermosura en los labios de Benavides reconocido en Trujillo por su trascendental trabajo editorial y su noble compañerismo. Y para concluir la idílica noche, la Poesía hizo su milagro de Amor: perdonó al oscuro, al devorador de carroña, al asesino, a Ricardo Vírhuez, el mismísimo Dios Araña (no confundir con spiderman) y lo iluminó: Llamo a todos los hombres/ a amarte como yo./ Llamo a los hombres/ que pasaron por ti/ a que me enseñen tus secretos caminos/ tus exaltados gritos/ y tu tierna manera de calmarte./ Los convoco a todos./ Que vengan/ Quiero demostrarte/ que siendo de todos eres mía.// Que yo los abarco a todos. Definitivamente habló como un dios y prosiguió inspirado por la misericordiosa Poesía: Y esta es mi verdad/ aunque te lo diga despacito/ o no te lo diga:/ Estás en mí, amor, y yo no sé qué hacer/ qué más decir./ Cómo darle vuelta a esta página/ y alcanzar el silencio/ de tu boca que me besa/ ¿Cómo sacarle la vuelta a la palabra/ y quedarme -aquí o allá-/ pero CONTIGO. Desfallecentes suspiros, manos que se entrelazaban en la penumbra, miradas de borrego degollado, labios que se empinaban y tocaban otros labios: ¡El poder del Dios Araña era un poder de Amor!
Concluyó el recital con todos los asistentes abrazados, intercambiando teléfonos, regalándose flores y mirando las estrellas templadazos, perrazos, guau guau, pío pío, miau miau...

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